Recesión, dólar y urnas: el escenario económico que definirá el 2026 argentino
Un país que vota con el bolsillo
Argentina llega a las elecciones legislativas del 2025 con un denominador común: la economía es el verdadero eje de la campaña.
La inflación se moderó, pero a costa de una recesión profunda. El dólar oficial se mantiene en un equilibrio frágil, sostenido más por la expectativa política que por la fortaleza macroeconómica. Y el consumo interno —motor histórico del crecimiento argentino— atraviesa uno de sus peores momentos de las últimas dos décadas.
El resultado electoral definirá el margen político del gobierno para sostener su programa económico en 2026. La pregunta que domina a los analistas y a los mercados es: ¿puede estabilizarse la economía sin que se reactive?
Recesión técnica y agotamiento del consumo
El presente muestra un cuadro complejo. La actividad económica acumula más de un año en caída. La industria y la construcción registran descensos de entre 5 % y 7 % interanual, mientras el comercio minorista retrocede casi un 10 %.
El poder adquisitivo de los salarios, golpeado por la inflación previa al ajuste, apenas comienza a estabilizarse, aunque aún se encuentra por debajo de los niveles de 2019.
El ajuste fiscal, necesario para contener el déficit y ordenar las cuentas públicas, tuvo como contracara una fuerte contracción de la demanda interna. Los hogares priorizan la subsistencia y postergan el consumo durable, mientras las pymes se enfrentan a costos financieros altos y ventas en caída.
El gobierno logró reducir la inflación mensual a niveles que rondan el 3 %, pero el costo social y productivo del proceso empieza a sentirse. Lo que se percibe como “orden macroeconómico” todavía no se traduce en “bienestar microeconómico”.
Un tipo de cambio en la cuerda floja
La estabilidad cambiaria fue uno de los logros más visibles de los últimos meses. Sin embargo, detrás de ese equilibrio aparente se esconde una tensión latente.
El dólar financiero volvió a tomar impulso en la previa electoral, alimentado por la dolarización preventiva de empresas y particulares. La brecha cambiaria se amplió y las reservas netas del Banco Central siguen en niveles bajos, pese a los acuerdos internacionales y el superávit comercial.
El tipo de cambio oficial se encuentra en riesgo de atraso, producto de la política de “ancla” aplicada para contener precios. La competitividad externa comienza a erosionarse y el sector exportador reclama una corrección gradual para evitar pérdida de rentabilidad.
Todo indica que, tras las elecciones, el gobierno deberá enfrentar una delicada transición cambiaria: mantener la calma nominal sin provocar un salto brusco del dólar. La forma en que se gestione ese proceso será determinante para la confianza del mercado y la evolución de la inflación en 2026.
2026: crecimiento débil con estabilidad frágil
Si se mantiene la actual orientación económica, el 2026 se perfila como un año de estabilización lenta, sin un repunte fuerte del crecimiento.
El escenario más probable combina tres elementos:
- Inflación en torno al 50 % anual, con tendencia descendente si se preserva la disciplina fiscal y monetaria.
- Actividad económica estancada o con leve repunte, impulsada por el agro, energía y minería, pero limitada por el consumo interno.
- Tipo de cambio administrado, con ajustes periódicos para evitar desbordes, pero sin liberalización total.
En este marco, la política económica enfrentará un dilema central: sostener el equilibrio fiscal sin profundizar la recesión. El margen de maniobra será mínimo. Cualquier error de timing —en la corrección del dólar, en la emisión o en la política tarifaria— podría alterar el frágil equilibrio construido en 2025.
La inversión y la confianza, los grandes ausentes
Uno de los principales objetivos de 2026 será reconstruir la confianza en la inversión privada.
Pese a los esfuerzos de estabilización, el flujo de capitales productivos sigue siendo bajo. La falta de crédito, las altas tasas y la incertidumbre regulatoria desalientan proyectos de largo plazo.
Sin inversión, no habrá reactivación sostenida.
El gobierno deberá ofrecer señales claras y previsibles para el sector empresarial, especialmente en materia impositiva, laboral y de infraestructura. Las empresas necesitan reglas de juego estables, no promesas coyunturales.
La estabilidad nominal puede atraer especulación financiera, pero solo la confianza institucional puede atraer inversión real. Sin ella, el país corre el riesgo de permanecer atrapado en una estabilidad sin crecimiento, un orden que no mejora la vida cotidiana.
El frente social: paciencia al límite

La sociedad argentina atraviesa un momento de fatiga económica. La inflación contenida no se tradujo aún en alivio para el bolsillo. Los salarios públicos y privados se ajustan con rezago, y el empleo formal se estancó.
En los sectores populares, los niveles de pobreza siguen por encima del 40 %, y la informalidad laboral supera el 45 %.
En 2026 será fundamental administrar la paciencia social: el tiempo que la ciudadanía está dispuesta a esperar resultados tangibles. Si el crecimiento no llega pronto, la presión por medidas expansivas aumentará, lo que podría tensionar el equilibrio fiscal.
El riesgo, por lo tanto, es político y social. Un programa de estabilización exitoso necesita consenso, y el consenso se erosiona cuando los resultados no llegan al ciudadano común.
¿Hay margen para un cambio de rumbo?
En el corto plazo, es poco probable que haya un giro drástico. La orientación fiscal y monetaria se mantendrá, con algunos ajustes graduales.
El gobierno buscará consolidar su plan de estabilización con metas más realistas: inflación moderada, dólar estable y crecimiento modesto.
Se deberá hacer más eficiente el gasto público, invirtiendo en infraestructura, educación técnica y crédito productivo que podría generar un efecto multiplicador sin romper el equilibrio fiscal.
La economía argentina necesita dejar atrás la lógica del péndulo —de la expansión al ajuste permanente— y avanzar hacia un sendero de crecimiento previsible, aunque sea lento.
El año del equilibrio incómodo
El escenario más probable para 2026 no es de crisis ni de euforia: es de estabilidad incómoda.
El país podría ingresar en una etapa de crecimiento débil, con inflación moderada, reservas algo más sólidas y un dólar bajo control, pero sin un cambio estructural de fondo.
Será un año de transición, donde la prioridad será sostener lo logrado sin romper el delicado equilibrio entre orden macroeconómico y bienestar social.
