Por qué a tu generación le cuesta más alcanzar los mismos objetivos económicos que a la de tus padres en Argentina
En Argentina, una de las frases más repetidas en las charlas de sobremesa es: “a nuestra generación nos cuesta mucho más que a nuestros padres”. No es solo una sensación. La evidencia económica y social lo confirma: el ascenso social se ha vuelto un desafío enorme, y los objetivos que antes parecían alcanzables hoy requieren un esfuerzo mucho mayor. Comprar una casa, mantener un empleo estable o incluso formar una familia con cierta previsibilidad son metas cada vez más lejanas para quienes hoy tienen entre 25 y 40 años.
El sueño del ascenso social en Argentina
Durante décadas, Argentina fue reconocida en la región como un país con una amplia clase media y oportunidades de ascenso social. El acceso gratuito a la educación pública, tanto en niveles primarios como universitarios, fue un motor clave de movilidad. Muchas familias de trabajadores lograron que sus hijos se convirtieran en profesionales, lo que aseguraba empleos mejor remunerados y estabilidad.
Ese modelo, sin embargo, comenzó a resquebrajarse. Hoy, la movilidad social ascendente es mucho más difícil de alcanzar. La precarización laboral, los altos niveles de inflación y la falta de estabilidad económica hacen que incluso con un título universitario resulte complicado garantizar una mejor calidad de vida que la generación anterior.
Menos oportunidades, más incertidumbre
Uno de los grandes cambios que explican la dificultad de tu generación para progresar es el mercado laboral.
- Empleo formal en retroceso: según datos oficiales, solo 4 de cada 10 trabajadores se desempeñan en empleos registrados, con aportes y beneficios de seguridad social. El resto está en la informalidad o bajo modalidades de contratación inestables.
- Precarización y salarios deteriorados: incluso dentro del empleo formal, los salarios pierden sistemáticamente contra la inflación. La pérdida del poder adquisitivo erosiona la capacidad de ahorro y posterga proyectos de largo plazo.
- Desempleo juvenil: los jóvenes enfrentan tasas de desempleo más altas que el promedio, además de una mayor rotación en los puestos de trabajo. Entrar al mercado laboral estable hoy requiere más tiempo y esfuerzo.
- Transformación digital: aunque la digitalización abre nuevas oportunidades, también genera brechas. Muchos jóvenes deben adaptarse a trabajos independientes, freelancing o economía de plataformas, que si bien ofrecen flexibilidad, carecen de beneficios y seguridad.
El resultado es claro: aun con esfuerzo y preparación, los ingresos laborales actuales no permiten proyectar una vida de progreso como la que alcanzaron muchos padres o abuelos con empleos de la industria, el comercio o el sector público décadas atrás.
La educación universitaria: ¿todavía es un motor de movilidad social?
Históricamente, la universidad en Argentina fue un trampolín para el ascenso social. Ser el primero en la familia en recibirse de médico, abogado, contador o ingeniero garantizaba una mejora económica sustancial.
Hoy el panorama es distinto:
- Más graduados, menos diferenciación: la masificación de la universidad hizo que tener un título ya no sea garantía de un empleo de calidad.
- Desajuste entre carreras y mercado laboral: muchos egresados se encuentran con que el mercado no demanda su perfil, o lo remunera muy por debajo de sus expectativas.
- Competencia global: en un mundo hiperconectado, los empleadores comparan habilidades con estándares internacionales. Ya no basta con el título, también se exige inglés, manejo de tecnología, posgrados o experiencia en el exterior.
En este sentido, la educación sigue siendo un factor importante para acceder a mejores oportunidades, pero ya no asegura movilidad social ascendente por sí sola. Lo que antes era una ventaja casi automática, hoy se convirtió en una condición necesaria pero insuficiente.

Ascenso social y desigualdad: un escenario complejo
La movilidad social en Argentina enfrenta otro obstáculo, la desigualdad estructural. Mientras que una minoría con mayores recursos accede a educación privada de calidad, cursos en el exterior o redes de contactos empresariales, una gran mayoría lucha por mantenerse en el sistema educativo y conseguir un empleo básico.
Esta brecha genera un círculo difícil de romper, quienes nacen en hogares vulnerables tienen menos posibilidades de progresar, mientras que quienes provienen de familias con capital económico y cultural logran mantener o incluso ampliar sus ventajas.
El resultado es un techo de cristal social que condiciona las aspiraciones de toda una generación. La promesa de que el esfuerzo individual es suficiente para progresar se desvanece frente a un contexto donde la estructura pesa más que la voluntad.
Si se mantiene la tendencia actual, el ascenso social en Argentina se volverá cada vez más excepcional y menos masivo. Los objetivos que para los padres eran alcanzables (casa propia, vacaciones todos los años, jubilación estable) se transformarán en metas selectivas, reservadas para pocos.
Para la generación actual, progresar ya no significa replicar lo que hicieron los padres, sino redefinir las metas. Tal vez no se trate de comprar una casa a los 30, sino de diversificar ingresos, aprender habilidades demandadas globalmente o buscar oportunidades fuera de las fronteras.
La pregunta de fondo es: ¿será la Argentina capaz de recuperar un modelo donde el esfuerzo individual se traduzca en progreso colectivo? Esa respuesta definirá si la próxima generación vivirá mejor que la actual, o si la movilidad social quedará como un recuerdo del pasado.