Argentina S.A. en terapia intensiva: crisis empresarial, default corporativo y el éxodo que desnuda el futuro del país
Un país donde las empresas se apagan más rápido que las luces
Argentina atraviesa una crisis empresarial silenciosa pero profunda. Mientras el debate público se centra en la macroeconomía, el déficit o la dolarización, debajo del radar se desmorona el verdadero corazón productivo del país: sus empresas.
Durante el primer semestre de 2025, más de 3.600 compañías formales cerraron sus puertas, incluso aquellas con empleados registrados y trayectoria consolidada. Paralelamente, al menos ocho grandes corporaciones argentinas entraron en default o iniciaron procesos de reestructuración de deuda por un monto superior a US$2.000 millones. Y, como si fuera poco, multinacionales de peso global abandonan el país a un ritmo alarmante, desde automotrices hasta firmas energéticas.
Todo esto compone un escenario que no es solo coyuntural: es estructural, sistémico y peligroso. Si algo no cambia pronto, Argentina podría quedar atrapada en una espiral de desindustrialización y pérdida de capital productivo de la que será muy difícil salir.
Default corporativo: el síntoma financiero de una economía enferma
Cuando una empresa grande entra en default es un reflejo del entorno macroeconómico y de la calidad institucional del país.
Los casos recientes son elocuentes: Los Grobo, Surcos, Bioceres, Speed Agro, Celulosa Argentina, Rafael G. Albanesi, Generación Mediterránea y Aconcagua Energy.
Estas compañías representan sectores relevantes del entramado productivo: agroindustria, biotecnología, energía y manufactura. Su caída o reestructuración expone que incluso las empresas con acceso a mercados de capitales y activos tangibles no pueden sobrevivir en un entorno de tasas imposibles, inflación persistente, presión fiscal récord y volatilidad cambiaria.
El default corporativo en Argentina es parte del modelo económico vigente. En cualquier país estable, una empresa que entra en cesación de pagos inicia un proceso ordenado y acotado. En Argentina, el default se convierte en un mecanismo de supervivencia, una forma de comprar tiempo en un sistema financiero colapsado.
Y lo más preocupante es que, si las empresas líderes no logran sostener sus pasivos, ¿qué margen tienen las pymes y los emprendedores que sostienen el empleo formal?
El cierre masivo de empresas: el iceberg bajo la superficie
El dato es frío pero contundente: 3.647 empresas con al menos un trabajador registrado cerraron en los primeros seis meses de 2025, según los registros oficiales.
Esto equivale a una contracción del 0,7% del tejido empresarial formal respecto a diciembre de 2024.
Los sectores más golpeados fueron transporte y almacenamiento (-3,8%) e industria manufacturera (-1,4%), dos áreas directamente vinculadas a la actividad real. Es decir, se está desintegrando la columna vertebral del aparato productivo argentino.
Cada cierre es una cadena de valor que se interrumpe, un proveedor que deja de producir, un empleado que pierde su sustento y una comunidad que se empobrece.
Entre impuestos distorsivos, burocracia paralizante, inflación crónica, regulaciones laborales obsoletas y un sistema crediticio inexistente, emprender en el país se volvió un acto de fe.

Éxodo de multinacionales: cuando el capital se rinde
Desde la asunción de Javier Milei, unas 20 empresas multinacionales abandonaron Argentina o cerraron sus operaciones locales.
Los sectores afectados son estratégicos: automotrices, consumo masivo, telecomunicaciones, energía y entretenimiento.
El caso de Total Energies, que vendió su participación en Vaca Muerta a YPF, es un símbolo del deterioro. Una de las petroleras más grandes del mundo decidió retirarse del principal proyecto energético del país. Y no fue la única, varias empresas extranjeras —cansadas de la inseguridad jurídica, la falta de previsibilidad y los costos operativos inasumibles— eligieron replegarse a mercados donde invertir todavía tiene sentido.
La salida de multinacionales implica menos empleo calificado, menos transferencia tecnológica y menos competencia. En términos simples, el país se vuelve más chico, más cerrado y menos innovador.
Argentina no está compitiendo por inversiones: las está expulsando activamente.
Un contexto que asfixia al sector privado
El discurso oficial insiste en que la estabilización macroeconómica es el primer paso. Pero la estabilidad no sirve si el costo es la destrucción del tejido productivo.
Las empresas argentinas no pueden planificar, invertir ni acceder a crédito. Las tasas reales son prohibitivas, el sistema bancario está desarticulado y los proveedores financieros internacionales evitan el riesgo argentino como si se tratara de una peste.
A eso se suma una presión fiscal que llega a niveles absurdos: una pyme industrial puede enfrentar hasta 160 tributos distintos entre nación, provincia y municipio. Ningún proyecto productivo es viable en ese entorno.
Además, la dolarización de facto de insumos y servicios, combinada con una demanda interna deprimida, genera un escenario en el que los márgenes se evaporan. Las empresas argentinas venden menos, gastan más y deben endeudarse para pagar sueldos o impuestos.
El modelo agotado: productividad versus supervivencia
Argentina lleva décadas intentando sostener un modelo donde el Estado gasta más de lo que genera y el sector privado asume el costo.
Pero ese equilibrio forzado ya no existe, el sector privado no tiene más margen.
El default corporativo y el cierre de empresas no son anomalías, son la consecuencia natural de un sistema que premia la especulación y castiga la producción.
Mientras tanto, el capital humano más valioso —técnicos, ingenieros, programadores, emprendedores— emigra en silencio buscando estabilidad y oportunidades.
Cuando el capitalismo se queda sin capital
Cada empresa que se va, cada fábrica que cierra, cada default que se declara, erosiona la base sobre la cual podría reconstruirse el crecimiento.
Y si la dirigencia política sigue viendo al sector privado como una fuente de recursos en lugar de un aliado estratégico, el futuro será de subsistencia, no de desarrollo.
En definitiva, Argentina S.A. está en terapia intensiva, y su recuperación dependerá de si somos capaces de entender que sin empresas no hay país, y sin previsibilidad no hay capitalismo posible.
