La soja, el motor oculto de la economía
En una jornada clave para el agro y el comercio exterior argentino, el precio de la soja alcanzó los $415.000 por tonelada en Rosario, evidenciando un repunte significativo respecto a los $410.000 del día anterior.
Detrás de este salto hay varios factores que conviene desmenuzar. En primer lugar, la demanda internacional continúa firme, especialmente desde China, que mantiene su rol de aspiradora de granos sudamericanos. Aunque Argentina no forma parte de los BRICS, la presión alcista del mercado brasileño tiene cierto “efecto arrastre” en los precios locales.
Además, las condiciones climáticas para el hemisferio sur han sido benignas, lo que refresca el optimismo sobre el volumen final de la cosecha. Esto suma estabilidad a una oferta que, si bien se mantiene sólida, no logra contener totalmente las tensiones del precio.
Por último, la política doméstica también juega un rol decisivo. La reducción permanente de retenciones anunciada por el gobierno de Javier Milei —que incluyó una baja del 33 % al 26 % para la soja— sigue impactando en los márgenes del productor, aunque de forma moderada.
El contexto estructural y las heridas recientes
Es imprescindible recordar el contexto en el que se produce este movimiento de precios. Argentina llega a este septiembre con heridas frescas: una sequía que redujo la producción prevista de soja a 48,6 millones de toneladas según la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, y una cosecha total superior a los 49 millones esperados, pero afectada en calidad.
En paralelo, hace apenas unos meses, los productores vendían sus granos al ritmo más lento en una década, apostando a un peso más débil y eventuales ajustes impositivos. Esa acumulación de stock, lejos de influir en precios de forma decisiva, refuerza la noción de que el sector sigue cauteloso.
Contrastes de precios: Rosario vs. Paranaguá
Otro elemento clave es la fuerte diferencia entre los precios locales y los internacionales. Mientras que la soja disponible en Rosario cotizó en torno a los US$ 294 por tonelada, en el puerto de Paranaguá (Brasil) llegó a US$ 434,5 la tonelada. Una brecha de más de 140 dólares —por factores como las retenciones argentinas y menores precios FOB locales— evidencia lo lejos que estamos de capturar todo el valor generado.

¿Qué significa este aumento?
Para los productores
El incremento intradía representa una bocanada de aire para los productores que mantienen granos en almacenaje. Permite recomponer márgenes presionados por los mayores costos y las incertidumbres climáticas. Pero es una victoria parcial, ya que las limitaciones estructurales —como retenciones altas, brecha cambiaria y costos operativos— siguen pesando.
Para la economía nacional
La soja sigue siendo el commodity que aporta más dólares al país. En un momento de tensión fiscal y cambiaria, cada impulso en su precio mejora la recaudación y surte efecto en reservas. Pero la dispersión de beneficios, poco fomentada por la política pública, convierte ese potencial en oportunidades dispersas.
Para la sostenibilidad del sector
Estos movimientos volátiles instalan una reflexión sobre el modelo productivo argentino. El sesgo excesivo hacia la “sojización” —monocultivo destinado a la exportación masiva— nos expone a la volatilidad externa y a riesgos ecológicos—como la deforestación, la rotación limitada y la pérdida de biodiversidad—que ya son objeto de debate.

Un precio favorable, un sistema frágil
El salto en el precio de la soja parece una buena noticia para el agro argentino. Pero una mirada crítica revela que se trata de una victoria de muy corto plazo, sin resolver las vulnerabilidades de fondo. El sector necesita políticas coherentes que cierren brechas, reduzcan retenciones sin sacrificar equidad fiscal, y fomenten una diversificación —tanto productiva como económica— que nos haga menos dependientes de un solo commodity.
La cotización es una ráfaga de alivio. Pero hasta que no reformulemos el rompecabezas productivo y fiscal, seguiremos siendo víctimas de cada curva del precio internacional.