El concurso preventivo de Celulosa Argentina: un síntoma grave de la crisis empresaria
Celulosa Argentina ingresó en concurso preventivo (Infobae) y volvió a sacudir el panorama económico e industrial del país. Se trata de una de las compañías históricas de la industria papelera, con casi un siglo de trayectoria y presencia en distintas regiones productivas de la Argentina. Su caída en default y posterior búsqueda de protección judicial frente a los acreedores es la radiografía de un país donde la fragilidad macroeconómica, la presión financiera y la falta de un horizonte claro terminan golpeando incluso a las firmas con larga trayectoria.
Este concurso preventivo revela problemas internos de gestión y endeudamiento y expone un sistema industrial argentino cada vez más asfixiado, incapaz de proyectar inversión sostenida en un contexto de inflación, volatilidad cambiaria y ausencia de políticas sectoriales de largo plazo.
Celulosa Argentina: un gigante debilitado
Fundada en 1929, Celulosa Argentina llegó a ser uno de los referentes de la industria papelera en Sudamérica, con plantas productivas en Capitán Bermúdez (Santa Fe), Zárate (Buenos Aires) y Puerto Piray (Misiones). Su producción abarca papeles para impresión, escritura, embalaje y cartón, siendo un proveedor clave para múltiples sectores.
Sin embargo, desde hace más de una década la compañía arrastraba problemas estructurales. Endeudamiento creciente, baja competitividad frente a productos importados y una falta de modernización tecnológica fueron minando su rentabilidad. En los últimos años, la inflación local, la presión impositiva y la dificultad de acceso a financiamiento externo aceleraron el deterioro.
La empresa ya había atravesado procesos de refinanciación de deuda en 2015 y 2017, pero en esta ocasión la magnitud del pasivo y la caída en ventas la llevaron directamente a solicitar concurso preventivo.
El significado del concurso preventivo
El concurso preventivo de acreedores es una figura jurídica que permite a una empresa en cesación de pagos negociar con sus acreedores bajo tutela judicial, con el objetivo de evitar la quiebra. En la práctica, se congela la posibilidad de ejecuciones y se abre un período de negociación.
El problema es que, en el caso de Celulosa Argentina, los acreedores ya vienen golpeados por anteriores reestructuraciones, y la confianza para aceptar nuevas condiciones es limitada. Muchos proveedores se encuentran en una situación de doble fragilidad: dependen de la empresa como cliente, pero al mismo tiempo dudan de su capacidad de cumplir compromisos futuros.
Una industria atrapada entre la crisis y la falta de visión
La caída de Celulosa Argentina es también el reflejo de un sector papelero sin rumbo estratégico. Mientras otros países de la región invirtieron en tecnología de punta, integración vertical y mercados de exportación, en Argentina la mayoría de las empresas luchan por sobrevivir en un mercado interno reducido y volátil.
El consumo de papel en el país viene cayendo por el avance de la digitalización, pero también por la recesión generalizada. La transición hacia nuevos productos, como biopackaging o papeles reciclados de alto valor agregado, fue lenta y mal planificada. Celulosa Argentina, en vez de reinventarse, se mantuvo demasiado tiempo en esquemas de producción tradicionales y poco rentables.
En este contexto, el concurso preventivo es la consecuencia de años de falta de políticas industriales, sumados a decisiones empresariales que priorizaron la refinanciación a corto plazo en lugar de la transformación productiva.

Impacto en proveedores y trabajadores
El efecto inmediato del concurso es la incertidumbre para los más de 1.500 empleados directos e indirectos que dependen de la compañía. A esto se suma la red de proveedores —desde transportistas hasta productores de insumos químicos y forestales— que enfrentan el riesgo de no cobrar lo adeudado.
En economías regionales como Misiones o Santa Fe, donde la planta de Celulosa es un actor central, el golpe puede ser devastador. Las cadenas productivas locales se resienten, afectando a pymes que no tienen la espalda financiera para aguantar meses sin pagos.
En este sentido, el concurso de Celulosa Argentina trasciende lo corporativo: es un problema social y regional que puede profundizar la desigualdad y la pérdida de empleo formal en áreas ya castigadas.
Una mirada crítica hacia la gestión empresaria
Más allá del contexto macroeconómico argentino, es imposible dejar de señalar la responsabilidad de la propia compañía. Durante años, Celulosa Argentina optó por endeudarse en dólares sin tener un esquema sólido de cobertura cambiaria. Al mismo tiempo, no logró diversificar su portafolio ni insertarse en mercados externos con productos competitivos.
La estrategia empresarial estuvo más enfocada en resistir coyunturas que en proyectar futuro. Esto explica por qué, pese a haber tenido oportunidades de inversión en momentos de mayor estabilidad, no modernizó sus plantas ni apostó fuerte por innovación. El resultado fue una empresa cada vez más frágil, dependiente de refinanciaciones y expuesta a cualquier shock económico.
¿Es posible renacer?
El concurso preventivo abre dos escenarios posibles:
Reestructuración exitosa: si la empresa logra negociar con sus acreedores y conseguir capital fresco, podría rediseñar su plan productivo y apostar por nichos de mayor valor agregado, como papeles reciclados o soluciones de embalaje sustentable.
Desguace o venta: si no hay acuerdo, es probable que la compañía quede en manos de un grupo inversor externo o que termine fragmentada en activos vendidos a competidores.
Lo cierto es que, en cualquiera de los casos, la Celulosa Argentina de antes ya no volverá a existir. La empresa deberá cambiar radicalmente su lógica de negocio si quiere sobrevivir en un mundo donde la industria papelera está transformándose a pasos acelerados.
Una alarma para todo el sector productivo
El concurso preventivo de Celulosa Argentina alarma a toda la industria argentina. Nos recuerda que sin planificación a largo plazo, sin innovación y sin un marco económico estable, incluso las empresas con tradición histórica están destinadas a caer.
La crítica debe ser doble: al contexto macroeconómico que impide previsibilidad, pero también a las estrategias empresariales cortoplacistas que priorizan sobrevivir al día a día en lugar de proyectar a futuro.
Si algo puede rescatarse de esta crisis es la lección de que el verdadero éxito empresario no está en resistir, sino en transformarse antes de que sea demasiado tarde.