Es habitual encontrar opiniones cruzadas sobre la problemática de la pobreza y el rumbo político económico que debe tomar el estado. En el último tiempo, y puntualmente en Argentina, se intensificó el debate del “estado presente” y planificado vs la libertad individual y los resultados obtenidos por “tus propias decisiones”. Lo interesante de este debate, es que ambas facciones sostienen que su manera, es la mejor manera de ayudar a salir de la pobreza a la población de escasos recursos.
Lo que pocas veces se plantea es cómo la pobreza de una nación (o la distribución de su riqueza) afecta al sistema económico general y a la calidad de vida (salud, educación, seguridad).
El primer paso podría ser la comprensión de que la pobreza no es sólo ausencia de dinero para pagar las necesidades básicas sino que además afecta de manera profunda y multidimensional al individuo que la padece.
Como sostiene la Multidimensional Poverty Peer Network (OPHI, University of Oxford) , “los propios pobres consideran que su experiencia de la pobreza es mucho más amplia que la carencia de ingresos. Una persona que es pobre puede sufrir múltiples desventajas al mismo tiempo -mala salud, desnutrición, carencia de servicios esenciales, trabajos precarios, muy poca educación-”. Por este motivo, el análisis de la pobreza en múltiples dimensiones es la forma correcta de entender este fenómeno y no la mera colocación en la parte inferior de una pirámide de acuerdo con sus ingresos.
Entre los problemas más comunes, podemos encontrar:
–Alimentación y vivienda: alimentación insuficiente o inadecuada que puede generar problemas de salud y desnutrición, especialmente en los niños. Así como también pueden ser atribuidas a las condiciones precarias de vivienda, sin acceso a saneamiento o agua potable.
–Salud: menor acceso a atención médica de calidad, agravado por una mayor exposición a riesgos ambientales (por ejemplo, al vivir a orillas de arroyos contaminados), entre otras cuestiones.
–Educación de baja calidad: generada principalmente por la falta de apoyo familiar, limitando las posibilidades futuras de inserción laboral.
–Precariedad laboral: falta de oportunidades de trabajo en blanco, con obra social y estabilidad. El principal problema de la precariedad es que el trabajo no garantiza salir de la pobreza, lo que puede aumentar las probabilidades de incurrir en prácticas delictivas o adictivas.
–Pérdida de libertad: la falta de oportunidades reales condiciona la libertad de elección, viviendo en un permanente estado de emergencia, frustración y exclusión.

En pocas palabras, la pobreza limita el desarrollo integral del ser humano y lamentablemente, se transmite entre generaciones.
Más allá del debate moral, las United Nations en su Objetivo número 1 de Desarrollo Sostenible sostienen que la situación vulnerable debe preocupar a toda la sociedad porque el bienestar de uno “está ligado al de los demás”. Desde el organismo consideran que la “creciente desigualdad es perjudicial para el crecimiento económico y socava la cohesión social, aumentando las tensiones políticas y sociales, provocando inestabilidad y conflictos”.
Por eso es importante no mirar para otro lado, y comprender la situación real del ciclo de la pobreza, debido a que tiene un gran impacto en la economía general: cuanto mayor es el número de habitantes pobres, peor es el consumo, resultando en un estancamiento del sector productivo.
Así mismo, la falta de acceso o de motivación hacia la educación, genera ciudadanos menos competitivos (¿De qué trabajarán el día de mañana?), y la falta de educación y trabajo digno, deriva en frustraciones y conflictos, como las drogas y la inseguridad.
Por último, el Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA), señaló que en el año 2024 la pobreza multidimensional alcanzó el 41,6%, dato extremadamente relevante para el entendimiento general de la situación social y económica del país.